martes, 12 de abril de 2016

Papeles "estampados"

Sabéis muy bien que he estado mucho tiempo con el blog desatendido. Lo peor de todo es que durante ese tiempo empecé muchas entradas del blog, las redacté, les incluí fotos, pies de foto y las titulé. Algunas las dejé a medias, pero otras estaban acabadas, aunque nunca las publiqué. Esta entrada es una de esas. Redactada en abril de 2014, aquí os dejo con ella. Creo que nunca la publiqué porque se me ve demasiado, pero ¡bah¡ ¡qué más da!

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Hace unos días aprendí a hacer papeles de aguas, o papeles estampados, como los llama mi hijo mayor.
Fue todo un poco estresante, la verdad, pero aprendí y mi hijo también. Os contaré que Irene me escribió porque venía a Valencia y quería cortar unos cartones en mi cizalla. Yo la cizalla la tenía desafilada, y llevarla a afilar era ese tipo de tareas que llevaba posponiendo eternamente. Así que pensé que la ocasión era idónea para, por fin, llevar a afilar la cuchilla.
Irene se ofreció para, a cambio de utilizar mi cizalla durante unas horas (pobre, ese día debió de hacer músculo), enseñarme a hacer papeles de aguas. Yo no necesitaba el trueque, pero ella insistió y así fue.
Además del estrés por desmontar la cuchilla —un par de tornillos se me resistían y tuve que llamar a Alfredo (mi maestro) para que me ayudara—, llevarla a afilar, recogerla y volverla a montar antes de que llegara Irene. Además, se sumaba que esa misma semana en que yo recogía la cuchilla del afilador e Irene llegaba, esa semana operaban a mi padre.

Finalmente todo salió bien: la operación (lo más importante) y los papeles de aguas. Y mi hijo Miguel  salió del cole justo a tiempo para hacer unos cuantos papeles de aguas.
¿Os he contado alguna vez que a mi hijo le encanta hacer vídeos? Sin darme cuenta, cogió mi móvil y se puso a grabar.



P.D.: Ahora que vuelvo a ver el vídeo veo que el taller estaba un poco patas arriba. La guillotina, que está justo delante de la puerta que da a la calle, está desmontada. Eso pasa cuando tengo que meter una máquina nueva en el taller, que para abrir bien la puerta tengo que quitar de en medio la guillotina, debía de estar esperando a la Grafix. Ah, y Miguel tenía 7 años en ese momento.